Estaban sólo los dos sentados en una mesa, ambos hombres. Todo oscuro. Nada más existía. O cruzaban ni las más mínima mirada. Cada uno tenía frente de él, un vaso hasta la mitad con un líquido dorado.
El que estaba sentado ala derecha, comenzó a jugar con sus piernas, una y otra, subían y bajaban. Mientras que el de la izquierda tenía pegado sus codos en la mesa y su mentón sobre sus manos, en una pose de “pensador”.
Al fondo se ve que alguien abre una puerta, es una mujer de tez blanca, rubia y cabello tomado, vestida con un elegante traje negro y tacones altos.
Al mismo tiempo, ambos dijeron su nombre: "Samanta”. La mujer caminó en dirección a ellos. Tomó la mano de el de la derecha, lo giró, y sus quedaron rostro a rostro. La mujer, sin bacilar, se acercó aún más y lo besó. Un beso largo no sonoro. El encuentro de los labios terminó con una intensa mirada de parte de la mujer y el hombre con un presentimiento acompañado de una leve amargura. Éste, retornó a su posición, pero ya sus piernas no jugaban.
Luego, la fémina se dispuso retirarse por aquella alejada puerta, comenzó su caminar y una mano la detuvo. Asustada dio media vuelta y miró los ojos de quien interrumpió su desición. Se sintió entregada, feliz, plena. Dejó que este hombre la desnudara y que sólo con su vista la inspeccionara.
De pronto, la mejer de dio cuenta que aquel ser, era el hombre de la izquierda que tanto se parecía a su recién besado juguetón. La mujer sintió un impulso inmenso de correr a sus brazos y ser tocada, pero no pudo. El hombre de la izquierda ya caminaba en dirección a la puerta.
Lo último que recuerda Samanta de aquella tarde fue el sonido de una moneda que caía sobre un charco de líquido Dorado.
Erika Jofré Marín
El que estaba sentado ala derecha, comenzó a jugar con sus piernas, una y otra, subían y bajaban. Mientras que el de la izquierda tenía pegado sus codos en la mesa y su mentón sobre sus manos, en una pose de “pensador”.
Al fondo se ve que alguien abre una puerta, es una mujer de tez blanca, rubia y cabello tomado, vestida con un elegante traje negro y tacones altos.
Al mismo tiempo, ambos dijeron su nombre: "Samanta”. La mujer caminó en dirección a ellos. Tomó la mano de el de la derecha, lo giró, y sus quedaron rostro a rostro. La mujer, sin bacilar, se acercó aún más y lo besó. Un beso largo no sonoro. El encuentro de los labios terminó con una intensa mirada de parte de la mujer y el hombre con un presentimiento acompañado de una leve amargura. Éste, retornó a su posición, pero ya sus piernas no jugaban.
Luego, la fémina se dispuso retirarse por aquella alejada puerta, comenzó su caminar y una mano la detuvo. Asustada dio media vuelta y miró los ojos de quien interrumpió su desición. Se sintió entregada, feliz, plena. Dejó que este hombre la desnudara y que sólo con su vista la inspeccionara.
De pronto, la mejer de dio cuenta que aquel ser, era el hombre de la izquierda que tanto se parecía a su recién besado juguetón. La mujer sintió un impulso inmenso de correr a sus brazos y ser tocada, pero no pudo. El hombre de la izquierda ya caminaba en dirección a la puerta.
Lo último que recuerda Samanta de aquella tarde fue el sonido de una moneda que caía sobre un charco de líquido Dorado.
Erika Jofré Marín
1 comentarios:
Me gusta, lo que hace el ron mujer, hay que tener cuidado con ese brebaje :) muy iconoclasta, cuidate !
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