sábado, 18 de agosto de 2007

Ron

Estaban sólo los dos sentados en una mesa, ambos hombres. Todo oscuro. Nada más existía. O cruzaban ni las más mínima mirada. Cada uno tenía frente de él, un vaso hasta la mitad con un líquido dorado.
El que estaba sentado ala derecha, comenzó a jugar con sus piernas, una y otra, subían y bajaban. Mientras que el de la izquierda tenía pegado sus codos en la mesa y su mentón sobre sus manos, en una pose de “pensador”.

Al fondo se ve que alguien abre una puerta, es una mujer de tez blanca, rubia y cabello tomado, vestida con un elegante traje negro y tacones altos.

Al mismo tiempo, ambos dijeron su nombre: "Samanta”. La mujer caminó en dirección a ellos. Tomó la mano de el de la derecha, lo giró, y sus quedaron rostro a rostro. La mujer, sin bacilar, se acercó aún más y lo besó. Un beso largo no sonoro. El encuentro de los labios terminó con una intensa mirada de parte de la mujer y el hombre con un presentimiento acompañado de una leve amargura. Éste, retornó a su posición, pero ya sus piernas no jugaban.

Luego, la fémina se dispuso retirarse por aquella alejada puerta, comenzó su caminar y una mano la detuvo. Asustada dio media vuelta y miró los ojos de quien interrumpió su desición. Se sintió entregada, feliz, plena. Dejó que este hombre la desnudara y que sólo con su vista la inspeccionara.

De pronto, la mejer de dio cuenta que aquel ser, era el hombre de la izquierda que tanto se parecía a su recién besado juguetón. La mujer sintió un impulso inmenso de correr a sus brazos y ser tocada, pero no pudo. El hombre de la izquierda ya caminaba en dirección a la puerta.

Lo último que recuerda Samanta de aquella tarde fue el sonido de una moneda que caía sobre un charco de líquido Dorado.

Erika Jofré Marín

1 comentarios:

cadáver exquisito. dijo...

Me gusta, lo que hace el ron mujer, hay que tener cuidado con ese brebaje :) muy iconoclasta, cuidate !